No pasa tan seguido. Esa sensación de estar en el lugar justo, en el momento justo, comiendo algo que no se parece a nada que hayas probado antes. Faro Norte es eso. Una de las experiencias más emocionantes que viví en mucho tiempo.

No es solo por el menú —que cambia según lo que el mar regala cada día—, ni por la cava subterránea con más de 7000 botellas seleccionadas con obsesión por Giorgio Benedetti. Tampoco es solo por el servicio impecable o el jardín que parece salido de una película. Es por cómo todo eso se une para contar una historia: la de una cocina que respeta, interpreta y celebra lo que tiene cerca.

Detrás de la propuesta está Proyecto Pescado, un equipo que sale a pescar en kayak o bote chico y vuelve con besugo, chernia, palometa o lo que toque. Nada de congelados, nada de intermediarios. Del mar a la cocina, sin rodeos. Cada parte del pescado se aprovecha: hay sashimi, hay garum, hay caldo, hay paté. Y hay una sensibilidad admirable para dejar que el producto hable, sin esconderlo detrás de malabares.

Esa noche comí pez limón con flor de zapallo, tiradito de besugo con gazpacho verde, un tartar de besugo con huevo a 63° inolvidable, pescado a la parrilla con una manteca de vísceras que todavía sueño, y cerré con una tarta vasca de queso azul y caramelo de pescado que no puedo explicar (y que tampoco quiero spoilear).

Todo estuvo acompañado por vinos que no aparecen en ninguna carta convencional. Giorgio baja a la cava y te propone. Elige copas, compara botellas, cuenta historias. No hay reglas, pero hay criterio.

Faro Norte abre solo si hay pesca. Si no, no. Así de claro. Porque es un restaurante que se organiza alrededor del mar, no al revés.

No me gusta exagerar, pero esta cena fue de esas que te quedan. Un recordatorio de que la gastronomía también puede conmover.

Las fotos fueron tomadas con un Moto G54 5G de Motorola Argentina