Es, sin dudas, una de las mejores aperturas gastronómicas del año en Mendoza. Hace poco más de tres meses llegó Centauro a la ciudad del vino, de la mano del chef Diego Tapia, con un objetivo: reinterpretar la cocina mendocina recorriendo la provincia y sus oasis productivos en en busca de los mejores productos según su estacionalidad.

El menú -se puede pedir a la carta o una opción de siete pasos maridados- tiene una gran variedad de entradas -muchas de esas vegetarianas y tres opciones de principales. Se destacan el paté de hongos y kimchi, hecho con girgolas que ellos mismos cultivan; la Flor del Desierto (una flor hecha de láminas de zucchini pintadas en sriracha y kimchi, con gazpacho de apio y una mousse de queso parmesano (el queso es de La Linqueñita, considerado por muchos el mejor)-, el Hummus de alcaulciles, el tartar de ternera y la trucha curada.

Entre los postres también predominan las frutas y los sabores frescos. Algarroba, «pera negra», manzana, membrillo y cítricos son protagonistas de una explosión de técnicas, sabores y texturas.

La cava también hace un recorrido por los oasis vitivinícolas, con una mezcla de etiquetas clásicas e innovadoras, vinos con madera y otros más jóvenes, con opciones orgánicas y biodinamicas.

Y una de las novedades es la coctelería, algo no tan común en los restaurantes de fine dining mendocinos. El bartender propone una carta con creaciones de autor y clásicos reversionados, con locuras riquísimas como el Old Fashioned Fungi -con hongos de pino y melena de león- o el Furtivo, una versión del queso y dulce pero hecha cóctel, con una base de vodka con jalea de membrillo y espuma de queso de cabra.

Centauro es un proyecto en el que cada eslabón de la cadena está completamente integrado. Servicio excelente, ambiente divino, precio súper accesible, pero sobre todo, una idea clara y bien ejecutada. En una ciudad donde la alta gastronomía está centrada mayormente en las bodegas, es una apuesta que enamora al público local y a los turistas.