Llegó para romper con los esquemas. En tiempos de oda a la milanesa con fideos y los buñuelos de acelga, de multiplicación de propuestas de platos y platitos, Tomás Treschanski abrió un restaurante de fine dining. Con un menú de 14 pasos, una experiencia de esas que florecían hace unos años en la escena porteña y que hoy escasean.
En Trescha, cada plato es una obra de arte. En realidad, el arte se respira desde el momento en el que se atraviesa la puerta de esa casona antigua en Villa Crespo, totalmente remodelada, y el bar -con etiquetas difíciles de encontrar en otros lugares- abre paso a la cocina. Sí, la cocina. Porque el salón principal es una cocina, rodeada de una barra para sólo diez comensales, donde lo más importante pasa de adentro hacia afuera. “Yo lo comparo con ir al teatro, o a un recital, y en definitiva esto está armado como un anfiteatro, somos 22 personas cocinando para 10. Obviamente no es un lugar para venir una vez por semana a charlar con amigos, sino a prestar atención a lo que está sucediendo. Y la gastronomía es la única experiencia que involucra a todos los sentidos”, cuenta Tomás Treschanski, que con solo 25 años y después de haber trabajado en Inglaterra, Dinamarca, España y Chile, lidera un proyecto ambicioso y claro.
Pero volviendo a los platos, el menú es un recorrido de texturas, colores, sabores, y una vajilla especialmente pensada para cada uno. Pescados, carnes, vegetales, se cruzan en un orden poco ortodoxo, pero bien balanceado. Antes de recibir cada uno de los platos, los comensales reciben una tarjeta con la explicación simplificada de los ingredientes principales y los procesos de cocción. Así, al final de la experiencia, uno puede llevarse su colección, para recordar lo distintos pasos.
En estos primeros meses se destacan el “Mero nada Asia” -un mero asado con curry verde frío que es una locura, y viene acompañado de un cono de zanahoria con tartar de mero para repetir mil veces-, el pichón escabellado, la lasaña de conejo y langostino, los cubos de cordero y el flan de coliflor, aunque toda la propuesta es sobresaliente.
Capítulo aparte para los postres: la pastelería de Trescha juega con los sabores de la infancia a través del helado de semilla de Nísperos, sorprende con el Sorbete de Cerezas con granita de rosas, y enamora con la Oda a la Calabaza, un helado de praliné de semillas de calabaza, con jugo de calabaza reducido y hojas de calabaza crocante. Delicioso.
La experiencia se puede acompañar con vinos a la carta -no faltan los vinos franceses, húngaros y portugueses – o con cuatro propuestas de maridaje: el sin alcohol, con una carta de cócteles elaborados en la test kitchen que funciona en el primer piso -con jugos, vino desalcoholizado, falsa cerveza, té frío y otras novedades-; uno mixto y dos opciones con alcohol, cuyo precio varía en función de las etiquetas.
“El maridaje sin alcohol es una gran oportunidad para alguien que no bebe, o que esa noche no quiere tomar, y puede maridar su comida y tener una experiencia líquida a la par de lo que es la experiencia sólida. En muchos restaurantes dejan de lado esa área y a mí me parece algo fundamental; el maridaje de por sí puede ser con alcohol o sin alcohol, pero es algo que si se logra ejecutar de una manera correcta puede elevar los platos y hacerlos mejores.”, cuenta Tomás.
Muchos hacen hincapié en el precio del restaurante, que puede llegar hasta los $108.000 por persona en caso de elegir el maridaje más caro, o $48.000 si se elige el sin alcohol. Si embargo, para su dueño el foco no debería estar ahí. “Acá en Argentina obviamente la alta gastronomía no es algo tan frecuentado como en Europa o Estados Unidos, que tienen un público un poco más grande, pero yo siento que ese público está y que siempre va a estar, y que va creciendo. Lo interesante seria ver una Argentina donde se empiece a ver este tipo de lugares como una experiencia y no sólo como un lugar para ir a comer.”
Cuando el recorrido de platos llega a su fin, la noche termina en el patio, con café, petit fours y cócteles, otro de los puntos altos del lugar. La carta de tragos de autor de Emanuel Dobryden también juega con la creatividad, pero sobre todo enamora con las etiquetas, con botellas de las que no se ven en muchos lugres.
Las noches en Trescha son distintas. Son íntimas, pero al mismo tiempo compartidas. En la barra o en el patio, cada quien vive su experiencia, a su manera, pero con un ritmo en común. Y es así que son difíciles de olvidar.
Las fotos de este artículo fueron tomadas con un Motog82 de Motorola Argentina